Ashaki y la hiena
La guerra las había dejado huérfanas por gracia de un obús de mortero. Choza y madriguera saltaron en pedazos. La curiosidad salvó a las dos crías, por azar se encontraron en los pastizales y la fortuna las mantuvo vivas. Aprendieron el placer de las caricias, la embriaguez de los aromas, la violencia en los hedores mutuos. A la par, royeron huesos y cazaron antílopes. La niña empleaba un trozo de pedernal aguzado. A la hiena, le bastaban los dientes. Parecía que nada rompería la comunión de Ashaki y la bestia, ni siquiera la visión lejana de vehículos militares o manadas salvajes en plan de cacería. Y, sin embargo, las encontraron trenzadas en el último abrazo, pedernal y dientes segando el horror de las primeras risas.
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