El discípulo
Nací en la Grecia de Esquilo y fui actor modesto mas no por ello de los peores. Para mejor alabar a Dionisio, tuve cinco máscaras y cuatro pares de coturnos. Imbuido tempranamente en las artes, transité por la representación certera de las más famosas trilogías de Esquilo. Sus obras me llevaron al colmo del entusiasmo y de la envidia. Esquilo en persona me llamó en una ocasión a interpretar al experimental segundo actor en una de sus obras donde él era el centro de la escena. Al acercarnos a las cien representaciones tenía tan bien grabados en la memoria los parlamentos del personaje que no me costó trabajo sustituir a Esquilo en una ocasión que él se encontraba hinchado del vientre y con la voz apagada por exceso de libaciones. Cuando terminó la tragedia el público me ovacionó. Al tercer día regresó Esquilo por lo suyo; primero lo abuchearon, y luego comenzaron a corear mi nombre; pedían que yo interpretara el papel principal. Por supuesto él tomó represalias: fui despedido sin miramientos. Desde aquel día, invocando a Lampros, mi maestro, e inspirado por la conmemoración de la victoria de Salamina, donde fui encargado de los coros, comencé a escribir mis propias obras, pero agregué un actor más para darle oportunidad a los jóvenes que iniciaban su carrera en la actuación.Han pasado más de setenta años y, mientras escribo sobre la llegada de un anciano a Colono, recuerdo el grito unánime del auditorio en aquella tarde nublada que marcó el ocaso de las trilogías: ¡Sófocles! ¡Sófocles! ¡Sófocles!
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