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El juez los miró sin enfatizar los gestos, ladeó la cabeza para darles a entender que escuchaba. Uno de ellos habló:
—En cada reunión nos contaba historias que nadie creería: peripecias en Egipto a la sombra de las pirámides; naufragios en los mares del norte; persecuciones en Nueva York; saltos desde aviones sin combustible. Nos contó que lo secuestraron en Irak y amenazaron con decapitarlo, pero escapó.
—Ya entiendo: ustedes lo admiraban.
—Era nuestro héroe. Un artista del relato —respondió.
—Y entonces, ¿por qué matarlo?
—Una vez nos invitó a su casa. Queríamos leer sus manuscritos. En cambio, nos puso los videos: ahí estaba todo, incluyendo lo del escualo que mató a cuchillo y la fuga de Puerta Grande. ¿Se puede imaginar, señoría, lo que sentimos al verlo recargado en el tiburón, cuchillo en mano, sonriendo para la cámara…? Una porquería, pues.
—En cada reunión nos contaba historias que nadie creería: peripecias en Egipto a la sombra de las pirámides; naufragios en los mares del norte; persecuciones en Nueva York; saltos desde aviones sin combustible. Nos contó que lo secuestraron en Irak y amenazaron con decapitarlo, pero escapó.
—Ya entiendo: ustedes lo admiraban.
—Era nuestro héroe. Un artista del relato —respondió.
—Y entonces, ¿por qué matarlo?
—Una vez nos invitó a su casa. Queríamos leer sus manuscritos. En cambio, nos puso los videos: ahí estaba todo, incluyendo lo del escualo que mató a cuchillo y la fuga de Puerta Grande. ¿Se puede imaginar, señoría, lo que sentimos al verlo recargado en el tiburón, cuchillo en mano, sonriendo para la cámara…? Una porquería, pues.
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