Discurso amoroso del cautivo
Diáfanas las aguas que me ven de hinojos en la orilla; dulces cantos de aves me rodean en vano, porque en verdad sólo quiero escuchar la voz del río:
—Miro que me miras y en tus ojos se pierden los míos, ondulan, se entusiasman con la débil sospecha, apenas un pequeño brillo pudoroso, que de inmediato conviertes en recelo. Sonríes y me cautivas, y por lo mismo te cautivo. Ya no basta el resplandor de tus caireles ni los intentos medrosos por hacer tuya mi cara. No veo el cuerpo que ocultas a mi vista; apenas me regalas un hombro desnudo y visiones fugaces, como un sueño, de tus manos blancas. Ansío el abrazo de tu pasión jamás estrenada, y aborrezco el desdén con que me tratas. Y si tocaras mis ojos, la humedad que los perturba, quizá pudiese ofrecerte un más allá, florido y puro, un murmullo perpetuo de aguas mansas, un botón para que en mí germines y rindas los pétalos mullidos de tu aún infancia. ¿Cuánto más? ¿Cuánto tiempo más me dejarás con los brazos abiertos y el cuerpo temblando, regocijado en humedades profundas de reflejos cristalinos? ¿Cuánto más, mi fiel Narciso?.
<< Home