Mujer con mosca en el metro de Manhattan
Sacó del bolso el labial y el espejo, después el delineador y máscara para pestañas; se dio un retoque ligero al maquillaje ahí donde sentía más las arrugas. De nuevo ha perdido la mirada en la oscuridad, interrumpida de vez en vez por las lámparas del túnel. El metro deja atrás el centro de la ciudad, los problemas. El hombre sentado enfrente no ha dejado de mirarla. Es un tipo de mirada bonachona, viste traje gris a cuadros y corbata amarilla. Falta una estación para llegar a la terminal, ellos dos son los únicos pasajeros, ella busca en el bolso hasta que sus dedos encuentran; el tren frena, las luces se apagan y se escuchan las detonaciones. Al prenderse las luces el metro arranca. Con la cabeza recargada en la ventana mira una mosca que avanza lentamente, crece a medida que se aproxima al rostro, es una mosca grande, muy grande. Ahora el hombre está en el piso, la mosca crece, crece, ocupa el vagón entero. Estación terminal, abren las puertas, ella sale, cruza el puente y espera el tren de regreso. Es el último viaje antes de que termine el servicio, suben dos caballeros, ella entra, pasa desapercibida, vuela un poco más y se posa en el vidrio.
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