El soldado vuelve a casa
Sucedió una mañana, cuando las bombas habían dejado de caer, y vino a despertarnos una parvada de cuervos que buscaba desperdicios en las ruinas del comedor. Él apareció entre los muros derruidos del orfanato. Venía flaco y con el susto en el cuerpo. Lo invitamos a comer. Hicimos un círculo alrededor del soldado; nos sentamos sobre ladrillos, en medio del terregal y escombros. Nadie se atrevía a preguntarle por la gente de allá, abajo, de la ciudad silenciosa y humeante. Yo estuve a punto de hablarle, pero comía con tantas ganas que me dio pena interrumpirlo. Entre bocado y bocado nos lanzaba miradas suspicaces, como si temiera que le arrebatásemos la comida. Cuando terminó, se cambió de ropa y de pronto dijo: “Ahora vuelvo, voy por cigarros”. Lo vimos perderse tras la colina. Nos pareció escuchar que iba silbando.
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