El hubiera no existe
La mujer, acompañada por un enjambre de vidrios rotos, volaba a un metro de altura sobre el asfalto. El dolor de cabeza fue desapareciendo a medida que el cuerpo entraba de nuevo al auto. Escuchó el grito de su marido y el cráneo se alejó del parabrisas. Esta vez se aseguró de abrochar el cinturón y volvió a hacerle la pregunta que lo distrajo del automóvil detenido en la curva:
—¿Con quién me engañas?
Él volteó a mirarla, sorprendido por un segundo, sin comprender porqué ella se cubría la cabeza con los brazos. Luego, sin más tiempo para nada, el brutal impacto.
—¿Con quién me engañas?
Él volteó a mirarla, sorprendido por un segundo, sin comprender porqué ella se cubría la cabeza con los brazos. Luego, sin más tiempo para nada, el brutal impacto.
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