Mi vida con Olympia
Responde al traqueteo de antaño con un reproche de palanca, letras y campanilla mudas que no acompañan más el crujiente giro de engranajes y tabulaciones; al prestigio de su nombre ya no contesta con cartas y trabajos escolares, mas nadie le quita lo guinda de la metálica carcasa, ni los bordes cromados ni el origen extranjero. Entre varillas de acero persisten rollitos de goma que se llevaron las letras o palabras erradas, huellas de textos emborronados. Y a pesar de mi computadora siempre lista para el escrito cotidiano, de vez en tanto prefiero interpretar en máquina de escribir y hoja en blanco, oír y ver cómo avanzan las hormigas estridentes y dejan como rastro una suerte de partitura en cada párrafo.
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*Giuseppe Ravizza, diseñó en 1856 un “címbalo escribiente”. Estaba hecho de madera y metal; era muy pesado. Es sólo una posibilidad, pero con ello me basta, imaginar que alguien haya interpretado algún poema en el “piano de Ravizza”. En 1874 apareció la Remington y entonces..., bueno, la PC, y aquí andamos.
**Mi máquina es una Olympia, de las primeras portátiles (apenas diez kilogramos). Y no, no insista, no la vendo.
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