Historia con tarántulas IV
El papá disfrazaba con violencia la tristeza por la pérdida de las cosechas, la epidemia de vacas locas y la hipoteca de la casa. La casa, cada vez más en ruinas, se llenaba poco a poco de polvo y telarañas. Ahora que la familia estaba reducida a ellos tres y la sirvienta, el lugar resultaba demasiado amplio; muchos cuartos de la planta alta fueron abandonados. Ni Gabi, ni Mari los limpiaban más y al papá no le importaba.
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Y es que había días en que el niño no podía esperar la noche para sentir a Gabi o a Mari; entonces se tocaba, él mismo, a riesgo de su padre.
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Las tarántulas que viven en cautiverio siempre encuentran la forma de continuar respondiendo a la naturaleza. No importa que les pongan un leño o una lata oxidada: cuando el instinto las mueve, ellas tejen su nido.
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Al final la curiosidad venció al niño. Durante todo el desayuno había insistido en mirar las manos del padre. Cuando Mari y Gabi llevaron los platos sucios a la cocina, soltó la pregunta:
—Papá, ¿por qué tus manos son peludas...?
—Papá, ¿por qué tus manos son peludas...?
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