El capturista
“Volvió a saludar con la mano, con el gesto seco que hubiera usado el posible Baldi.”
J.C. Onetti
J.C. Onetti
En respuesta al viril llamado de su vicio, Búfalo Bill miró la salida y se dejó crecer un poco más la barba. Dejó la silla giratoria y oteó la pradera monótona de computadoras encendidas y cabezas apagadas. Un relámpago hizo parpadear las lámparas de neón y se escuchó un trueno. Entonces Bill avanzó por en medio de la caballeriza, arriscando la nariz al respirar con regocijo el infamante hálito de bosta y paja. En sus pesebres los animales aguardaban piafantes por sal y avena. Con un empujón apartó al insulso mozo de cuadra. En el umbral el comisario tenía el Winchester sobre las piernas. Sin voltear a verlo, Búfalo masculló:
—Ahora vuelvo, voy por cigarros.
Abrió la puerta y atravesó la vía evitando la embestida de los enfurecidos autos. “Malditos búfalos”, pensó, ajustándose el sombrero, al llegar al otro lado.
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