Historia con tarántulas VII
¿Qué podía estar pensando Javier Cid en la primavera del año 1787? La experiencia en Italia lo había dejado impresionado: los cuerpos elásticos, el sudor y la bella música que tocaban para los atarantados. No sabía que sus manuscritos influirían de tal modo que, menos de un siglo después de sus demostraciones públicas en las plazas españolas (arañas y jovencitas bailarinas, instrumentos y una corte de ayudantes, él aplaudiendo al frente, haciendo apología de la terapia más alegre jamás vista), antes de pasado el siglo, decíamos, la Junta de Medicina, quién lo dijera, quién lo soñara, aprobó la tarantela como terapia. No pasó lo mismo con la Iglesia.
Fue el cardenal De la Rivera el que satanizó a Javier Cid, lo excomulgó, lo persiguió sin tregua hasta llegar al Atlántico, y sólo después de ver alejarse el barco con el Cid a bordo, respiró aliviado. Desde la cubierta llegaron a sus oídos las primeras notas frenéticas de la tarantela. La música se fue confundiendo con el sonido de las olas. El Cardenal se santiguó, dio un paso hacia su carruaje y sintió su pie hundirse en el montón de boñigas tibias de sus magníficos corceles árabes.
Fue el cardenal De la Rivera el que satanizó a Javier Cid, lo excomulgó, lo persiguió sin tregua hasta llegar al Atlántico, y sólo después de ver alejarse el barco con el Cid a bordo, respiró aliviado. Desde la cubierta llegaron a sus oídos las primeras notas frenéticas de la tarantela. La música se fue confundiendo con el sonido de las olas. El Cardenal se santiguó, dio un paso hacia su carruaje y sintió su pie hundirse en el montón de boñigas tibias de sus magníficos corceles árabes.
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“Cuando llegaron a América y vieron por primera vez esas enormes arañas, lo primero que se les vino a la mente fue la temida tarántula que ellos conocían y así fue como quedaron bautizadas”.
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Ahora sabemos que los arácnidos europeos, en especial los que pululaban en Tarento, durante el medioevo, no eran tarántulas sino otra especie conocida como araña-lobo (Lycosa tarentula). Lo cierto es que la Lycosa no tenía culpa de nada de esto, sino que era la Latrodectus tredecimguttata la verdadera culpable.
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