El infaltable escrito inspirado por las lluvias
Lluvias. Un diluvio; a cántaros el agua cayendo. Llueve ¡Vaya que llueve! Era inevitable en vista de la primavera… ¿Pero tanto?.
Bah… es que me acordé de mi lejano pasado de estudiante, cuando apenas como que quería dedicarme a escribir. Siempre escribía cosas de temporada: si veía llover y gente correr, iba por papel y pluma: largaba todo una teoría sentimental o de otros, variados temas, respecto al fenómeno pluvial. Lástima que no guardé ninguno porque eran trabajos escolares que, deseando ser serios y correctos, formal y gramaticalmente, acababan en teorías cosmogónicas (incorrectas) que pasaban por Tlaloc, Quetzalcoatl, Huehueteotl (este no sé por qué demonios), hasta llegar a Jim Kelly y algo de Fitzcarraldo (¿se dan cuenta?); luego había escenas de lo de Isabel, Chabela, Chabelita viendo llover en el otro más renombrado pueblo… Así por el estilo. Sobre todo que me hacía recordar Comala y lo de cuando les dieron las tierras (ya sé, eso no fue en Comala, pero por ahí cerca), sobre todo esto último por lo de la única gota, gotota que vieron caer como un salibazo divino. Qué cosas, caray. Qué bueno que Rulfo escribió eso, caray.
Bueno, la cuestión es que llueve y me dejé llevar por el otro torrente de ideas. Sospecho que mis escolares trabajos eran algo como esto que ahora leen ustedes —si es que alguien esta leyendo, digo—. Lo que no me ha dejado de gustar es el olor de la tierra humedecida por las primeras gotas de una llovizna. Y de esto último, nomás porque no tengo dinero para hacerlo yo, les voy a regalar la idea: la de un limpiador de pisos —así como “El maestro limpio”, o el de la “Fiesta de Flores”—pero que se llame “Húmedos terregales”, o “Tierras Mojadas”; quizás, si el fabricante es muy quisquilloso para los nombres, le pondríamos al producto “Caolinitas Hidratadas” o “Arcillas hidrificadas” que los dos se oyen brutalmente bien. Ahhh, casi puedo imaginar el éxito rotundo, la revolución en la industria de los aromatizantes; casi puedo sentir ya el olor magnífico luego de rociar un poco con una lata —propelente ecológico, por supuesto, salven a la capa de ozono—, en los insospechados intersticios de mi habitación, todo un lujo. Eso para empezar. Luego podrían seguir con desodorantes y talcos. Todo un mundo (¿se imaginan un “Eau D’Argile” pour Channel?
Pero no creo. Será que la lluvia me ha puesto aburrido porque no para. Sigue y sigue; no puedo salir a comer, mucho menos a beber —y tan cerca que está de aquí la cantina de Flor del Carmen, es una lástima—.
No sabía que en San Juan lloviera tanto. La nubes han tapado a la montaña. Ahhhh, sí: ésta tarde no hay inspiración, simples y rescatados trabajos escolares. Mejor termino por aquí.
¡Cómo llueve en San Juan; cómo llueve!
…
¿Y el chingado paraguas dónde lo dejé?
Bah… es que me acordé de mi lejano pasado de estudiante, cuando apenas como que quería dedicarme a escribir. Siempre escribía cosas de temporada: si veía llover y gente correr, iba por papel y pluma: largaba todo una teoría sentimental o de otros, variados temas, respecto al fenómeno pluvial. Lástima que no guardé ninguno porque eran trabajos escolares que, deseando ser serios y correctos, formal y gramaticalmente, acababan en teorías cosmogónicas (incorrectas) que pasaban por Tlaloc, Quetzalcoatl, Huehueteotl (este no sé por qué demonios), hasta llegar a Jim Kelly y algo de Fitzcarraldo (¿se dan cuenta?); luego había escenas de lo de Isabel, Chabela, Chabelita viendo llover en el otro más renombrado pueblo… Así por el estilo. Sobre todo que me hacía recordar Comala y lo de cuando les dieron las tierras (ya sé, eso no fue en Comala, pero por ahí cerca), sobre todo esto último por lo de la única gota, gotota que vieron caer como un salibazo divino. Qué cosas, caray. Qué bueno que Rulfo escribió eso, caray.
Bueno, la cuestión es que llueve y me dejé llevar por el otro torrente de ideas. Sospecho que mis escolares trabajos eran algo como esto que ahora leen ustedes —si es que alguien esta leyendo, digo—. Lo que no me ha dejado de gustar es el olor de la tierra humedecida por las primeras gotas de una llovizna. Y de esto último, nomás porque no tengo dinero para hacerlo yo, les voy a regalar la idea: la de un limpiador de pisos —así como “El maestro limpio”, o el de la “Fiesta de Flores”—pero que se llame “Húmedos terregales”, o “Tierras Mojadas”; quizás, si el fabricante es muy quisquilloso para los nombres, le pondríamos al producto “Caolinitas Hidratadas” o “Arcillas hidrificadas” que los dos se oyen brutalmente bien. Ahhh, casi puedo imaginar el éxito rotundo, la revolución en la industria de los aromatizantes; casi puedo sentir ya el olor magnífico luego de rociar un poco con una lata —propelente ecológico, por supuesto, salven a la capa de ozono—, en los insospechados intersticios de mi habitación, todo un lujo. Eso para empezar. Luego podrían seguir con desodorantes y talcos. Todo un mundo (¿se imaginan un “Eau D’Argile” pour Channel?
Pero no creo. Será que la lluvia me ha puesto aburrido porque no para. Sigue y sigue; no puedo salir a comer, mucho menos a beber —y tan cerca que está de aquí la cantina de Flor del Carmen, es una lástima—.
No sabía que en San Juan lloviera tanto. La nubes han tapado a la montaña. Ahhhh, sí: ésta tarde no hay inspiración, simples y rescatados trabajos escolares. Mejor termino por aquí.
¡Cómo llueve en San Juan; cómo llueve!
…
¿Y el chingado paraguas dónde lo dejé?
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