Cuervos
Los cuervos que llegaron al desván aún no me sacan los ojos; poco atractivos les parecerán a mis ocho años de edad si los comparamos con las alhajas y tapas de refrescos que recolectan diariamente. A papá le parecen un par de soberbias aves; le infunden temor y respeto. A mí me gusta el plumaje tornasol y sus graznidos; la manera graciosa de desplazarse por el suelo dando saltitos, hurgando en las hierbas. Cuando me miran, me miran de lado y hay en ese ojo que me muestran un trozo de otro mundo o de maldad. A veces pienso que sí, que algún día serán capaces de vaciarle el ojo a alguien, no porque sean malos sino porque son cuervos y las cosas brillantes les resultan irresistibles. Cuando papá se emborracha también me golpea, luego se arrepiente y suelta unos tremendos lagrimones; los ojos, entonces, se le ponen brillantes, exageradamente brillantes y jamás piensa en que los cuervos siguen allí arriba, haciendo su nido quizás.
Leí en el Tesoro del Saber que los cuervos aprenden trucos si se los enseña con paciencia.
Leí en el Tesoro del Saber que los cuervos aprenden trucos si se los enseña con paciencia.
<< Home