Relato de Alonso
I
En ese entonces tuve una esperanza de mejoría: el médico me dio un frasco con pastillas anaranjadas y me recomendó tomarlas cada vez que los síntomas volvieran. Tenía que partirlas en trozos pequeños y no debía preocuparme por que se acabaran. Creí que pronto recuperaría mi estatura normal. Le pregunté al doctor si el medicamento contenía hormonas. “Nada de eso, no queremos que aparte de todo se nos vaya usted a cubrir de vello. Son pastillas para dormir”. Eso dijo. Luego me ayudó a bajar de la silla y le pidió a Gabi que me diera cita para dentro de un mes. Quise preguntarle más, pero una paciente muy gorda se adelantó y los dos entraron cerrando la puerta tras de sí. Gabi me dio el carnet médico y continuó limándose las uñas y meciendo la cabeza al ritmo de sus audífonos. Me paré junto a la salida a esperar que alguien entrara de la calle o a que la señora gorda saliera. Estiré el brazo lo más que pude pero no llegaba ni a la mitad de la distancia entre la perilla y mis dedos. Desistí. Por un momento pensé que lo mejor sería imaginar que no me estaba reduciendo sino que el mundo se estaba agrandando. Obviamente me sentí peor y tuve el impulso de tomar la medicina. En eso estaba cuando el hijo del doctor entró al consultorio; pude salir antes de que la puerta me aplastara.
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