Relato de Alondra
II
Yo, doctor, mire, no sé porqué siempre tengo tanta hambre. Ya me dijo mi madre lo del colesterol y las rodillas, y que hasta un infarto me dará. ¿Antes? Uyy, sí. Muy delgada. Si hasta me querían sacar fotos para mandárselas a Calvin Klein. No. Mis novios. Mis amigas eran la pura envidia, pero nunca me llegaron a medio kilo o cinco centímetros de distancia. ¿Entonces? No sé qué pasó… Creo que fue un pantalón, en la plaza, fuimos de shopping mis amigas y yo. Tal vez, si hubiese ido yo sola… No me entró doctor, de aquí, de los muslos; se atoró y fue un coraje tremendo. No se me olvidan las risas y que nadie me ayudaba. Me dejaron ahí sola con la vendedora, pero ni ella pudo liberarme. ¡Qué pena! Tuvo que venir el gerente y ni siquiera era guapo; la edad se la perdonaba..., pero estaba feo, panzón y apestaba a tabaco. Llegó comiéndose una hamburguesa que olía muy bien. Entre la empleada y el gerente por fin me lograron quitar el pantalón. Algo dijeron de regalarme la prenda que yo escogiera, por el inconveniente; y entonces fue cuando la boca se me hizo agua, como si hubiera recuperado el olfato; salí de la tienda y me compré una doble con papas y pedí dos para llevar. Ay, y bueno, la afición por las pastas, los chocolates. No se crea, doc. Es difícil, he tenido que cambiar todo mi guardarropa y ya no voy a la misma escuela. ¿Mi madre? No, ella es una santa, aunque nunca está a gusto. Primero que no quería un esqueleto por hija; ahora que los puercos. Pero yo la quiero porque es mi madre y porque cocina muy bien. ¿Le gusta el mole poblano, doc?
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