Estación de Letras

Partir es madurar un poco. No madura quien no viaja. Dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar. Xavier Villaurrutia *** Página de invenciones, improvisaciones, ficciones-bonsai, en fin, escritos que aspiran a ser literatura cuando alguien más los lea. Textos de Gilberto Marti.

Mini-datos sobre el autor

Nombre: Gilberto Marti, de preferencia Marti. País: México.

Ciudad: Tlaxcala, atrasito de los volcanes. Ver perfil completo


NOTA: Los comentarios a los textos, por favor escribirlos en el enlace que está sobre el título de cada uno.


AVISO: Ya está lista nuestra nueva bitácora. Serán bienvenidos sus comentarios en Estación Crítica.

|

jueves, febrero 23, 2006

Marántula

—Pues sí —repitió el acusado—, yo la ayudé a desmembrar y sepultar el cadáver en el sótano. Es cierto: papá ya casi no me golpeaba, pero que se lo hiciera a una mujer fue algo imperdonable. Rellenamos el agujero y coloqué el piso en su lugar. Los vecinos aprendieron el cuento feliz de que mi padre nos mandaba dinero desde Nueva York.

Un día ella bajó al sótano y comenzó a gritar que se movía, que estaba viva. Cuando llegué la encontré en el piso. Sólo quería darle un susto, no sabía que mi madrastra tuviese algo malo en el corazón. Mientras sepultaba a mamá, la mano se quedó quieta en el viejo sillón. Como no representaba una verdadera amenaza, decidí conservarla como mascota. La ponía en frascos de vidrio de donde escapaba empujando hasta hacerlos pedazos contra el suelo. Entonces tenía que darle sus puntadas. Confieso que me producía placer sentirla estremecerse con los toques de agua oxigenada y los pinchazos.

Una noche la encontré ensangrentada, preparé costurero y botiquín, pero la sangre no era suya. Descubrí en la mano un hábito sorprendente: cazaba y comía ratones. Con el tiempo la dieta la afectó, se fue cubriendo de un vello negro y lustroso. Ya no resultaba agradable acariciarla; además, donde tuvo nudillos le brotaron ojos. No fue tanto por la repugnancia sino por la incomodidad de sentirme observado que puse el anuncio en la tienda de animales. El comprador vino por ella. Debí convencerlo de estar ante el ejemplar de una especie desconocida, que yo no le había arrancado las patas, que siempre tuvo sólo cinco.

El joven cruzó los brazos, y concluyó—: Eso es todo lo que tengo que decir, su señoría.El juez se tomó las manos y anunció un receso: el supuesto comprador venía en camino.