LA ZAFRA
El cañero, a golpe de machete, le ha tumbado la casa. Se la ve librar los haces de caña, sube, baja; ora se detiene ora marcha. Allá va, con frenesí, desgreñada, toda pelos y octetos de ojos y patas, rodillas rojas y panza abotagada. Ya está casi a salvo, se ha detenido, observa por última vez el paisaje arrasado. Levanta dos patas, mueve los colmillos como si trajera la boca llena de briznas y tierra azucarada. Vuelve a caminar, esta vez sin prisa. En el borde del cañaveral se puede ver una larga línea zigzagueante, creciente oscura que morosamente va rompiendo en oleadas invasoras sobre el terreno colindante. Hordas calladas, miríadas de pelos y octetos de ojos y patas, despeinadas se van perdiendo como peluquines rebeldes que el viento arrebatara.
Allá van. Terminó la zafra. Levantan dos patas: ¡Adiós, tarántulas, adiós!. ***
Allá van. Terminó la zafra. Levantan dos patas: ¡Adiós, tarántulas, adiós!. ***