Las fotos que vi
Yo las vi; me fijé en los detalles finos del plumaje, el brillo en el ojo del ave, y la piel tan clara de la mujer. Las anteriores compartían el bronceado, la cabellera que azuleaba con el destello del flash y los rostros, infantiles, aún bajo la plasta grosera de maquillaje.
—¿Ahora de quién te enamoraste?—, le había dicho ayer, pero no me contestó y siguió girando el vaso entre los dedos, haciendo que el humo del cigarrillo se duplicara en el espejo, subiendo entre botellas de ginebra y güisqui, por encima de la calva grasosa del cantinero.
Muy de vez en cuando contestaba mis preguntas y yo no me tomaba tan en serio como para molestarme por sus niñerías de hombrón desconsolado. Bebíamos juntos, brindábamos por ellas, y punto.
Dejó el vaso y sentí que me miraba de reojo cuando aplastó el pucho con rencor. Entonces me dijo que la había conocido una semana antes. Sólo eso, y encendió otro cigarro. Esta vez no se trataba de una jovencita aunque era mucho más atractiva que las otras; con los tacones lucía más alta, tenía esa forma de adelantar la pierna y la sonrisa breve; la mirada puesta a lo lejos, más allá de la cámara, quizás ya intoxicada.
—Con ésta será un tatuaje —dijo—, una golondrina. Supuse que el amor le duraría lo que tardara en convencerla o lo que la foto en desgastarse. Yo las vi; me parecieron el tipo de fotos que haría un forense.
—¿Ahora de quién te enamoraste?—, le había dicho ayer, pero no me contestó y siguió girando el vaso entre los dedos, haciendo que el humo del cigarrillo se duplicara en el espejo, subiendo entre botellas de ginebra y güisqui, por encima de la calva grasosa del cantinero.
Muy de vez en cuando contestaba mis preguntas y yo no me tomaba tan en serio como para molestarme por sus niñerías de hombrón desconsolado. Bebíamos juntos, brindábamos por ellas, y punto.
Dejó el vaso y sentí que me miraba de reojo cuando aplastó el pucho con rencor. Entonces me dijo que la había conocido una semana antes. Sólo eso, y encendió otro cigarro. Esta vez no se trataba de una jovencita aunque era mucho más atractiva que las otras; con los tacones lucía más alta, tenía esa forma de adelantar la pierna y la sonrisa breve; la mirada puesta a lo lejos, más allá de la cámara, quizás ya intoxicada.
—Con ésta será un tatuaje —dijo—, una golondrina. Supuse que el amor le duraría lo que tardara en convencerla o lo que la foto en desgastarse. Yo las vi; me parecieron el tipo de fotos que haría un forense.
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