El poeta enfermo IV
“La puerta cobra un fácil animismo, organiza su lenguaje durante el día y la noche y hace que los espectadores o visitadores acaten sus designios, interpretando en forma correcta sus señales, o declarándose en rebeldía con un toque insensato, semejante al alazán con el jinete muerto entre la hierba, golpeando con la herrada la cabeza de la encrucijada. En aquella casa había que vigilar el lenguaje de la puerta”. Ajá, pero poco antes, había llamado, tan tan, a la puerta:
—¿Qué se le ofrece?, estamos fumigando. La biblioteca abre en media hora —la bibliotecaria, canas y lentes, suéter de punto rosa y felpudo, vestido de flores.
—Leer libros; prosa y, sobre todo, poesía.
—Vuelva en media hora, con dos fotografías, credencial de elector, dos copias por ambos lados, acá paga su cuota.
—¿Cuánto?
—Cincuenta.
—Ya vuelvo.
Cómo no: país de lectores, país de electores. ¿Tendrán algo de José Luis Borgues?.
—¿Infantiles?
—Sí, dos.
—¿De frente o tres cuartos?
—No me dijeron. Usted decida. No, no. Espere, de tres cuartos que sea.
—¿Quiere peinarse? Ahí está el espejo y el peine.Caramba, ¿estoy despeinado? [¡Silencio! Estamos rodando].