Magali Sombra
La desaparición coincidió con los mareos de Magali, vinieron los vómitos y los estoy embarazada. Fueron médicos, hospital y tejer chambras, comprar cuna y ropitas, pintar el cuarto para el bebé y ultrasonidos, más visitas, ocho meses —por la cesárea— y qué bonita la nena, ya nació Magali. Total que a la segunda semana de mal dormir en casa, con los cólicos y biberones, echamos de menos a la sombra. La esperamos un par de semanas, pero no regresó hasta después de aquello repentino con Magali chica. No tuvimos tiempo de llorarla. Estábamos conmocionados, el funeral y de nuevo las visitas, café en lugar de chocolates, ropa negra y blanca, cajita blanca de Magali chica, chiquita, no tuvimos tiempo, no tuvimos. La noche del día del sepelio, Magali quiso prender la chimenea, hacía frío, nos servimos coñac, apagamos la luz y, sentados en la alfombra, la frazada nos fue calentando. Pero ella no regresó; los arañazos en las ventanas, los ruidos en el ático o en el sótano, tenían su explicación natural, física y aburrida. En ese punto el desaliento nos invade y siempre nos quedamos dormidos. Aún así cada noche nos sentamos frente al fuego y esperamos verla aparecer de nuevo, cualquier día, como antes.