Estación de Letras

Partir es madurar un poco. No madura quien no viaja. Dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar. Xavier Villaurrutia *** Página de invenciones, improvisaciones, ficciones-bonsai, en fin, escritos que aspiran a ser literatura cuando alguien más los lea. Textos de Gilberto Marti.

Mini-datos sobre el autor

Nombre: Gilberto Marti, de preferencia Marti. País: México.

Ciudad: Tlaxcala, atrasito de los volcanes. Ver perfil completo


NOTA: Los comentarios a los textos, por favor escribirlos en el enlace que está sobre el título de cada uno.


AVISO: Ya está lista nuestra nueva bitácora. Serán bienvenidos sus comentarios en Estación Crítica.

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miércoles, noviembre 30, 2005

Relato de Alonso

I
En ese entonces tuve una esperanza de mejoría: el médico me dio un frasco con pastillas anaranjadas y me recomendó tomarlas cada vez que los síntomas volvieran. Tenía que partirlas en trozos pequeños y no debía preocuparme por que se acabaran. Creí que pronto recuperaría mi estatura normal. Le pregunté al doctor si el medicamento contenía hormonas. “Nada de eso, no queremos que aparte de todo se nos vaya usted a cubrir de vello. Son pastillas para dormir”. Eso dijo. Luego me ayudó a bajar de la silla y le pidió a Gabi que me diera cita para dentro de un mes. Quise preguntarle más, pero una paciente muy gorda se adelantó y los dos entraron cerrando la puerta tras de sí. Gabi me dio el carnet médico y continuó limándose las uñas y meciendo la cabeza al ritmo de sus audífonos. Me paré junto a la salida a esperar que alguien entrara de la calle o a que la señora gorda saliera. Estiré el brazo lo más que pude pero no llegaba ni a la mitad de la distancia entre la perilla y mis dedos. Desistí. Por un momento pensé que lo mejor sería imaginar que no me estaba reduciendo sino que el mundo se estaba agrandando. Obviamente me sentí peor y tuve el impulso de tomar la medicina. En eso estaba cuando el hijo del doctor entró al consultorio; pude salir antes de que la puerta me aplastara.
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lunes, noviembre 28, 2005

La pesadilla del ángel que, sin pensar en las consecuencias, empleó un armadillo como cuña para salvar a un niño de morir aplastado

Todas las noches el ángel soñaba que el animalito le cambiaba el caparazón por las alas, mientras el infante rescatado reía estentóreamente. Al final el ángel despertaba dos veces. La primera vez, como el escuincle burlón al que un día salvó; la segunda, enroscado bajo la enorme roca que comenzaba a aplastarlo.

Este ángel no había podido despertar definitivamente. Algún día lo haría. Mientras tanto, en el cielo le prepararon un cuarto mullido con paredes de nube. Siempre que se echaba a dormir tenía la pesadilla y muy pocas veces recordaba su naturaleza divina. Además empeoró físicamente: primero perdió los dientes y las plumas, después desechó la toga dejando expuesta la miseria de su cuerpo en huesos; su aspecto habría podido enloquecer a cualquiera.

En aquella sección del cielo prohibieron los espejos y los estanques. Al ángel le volvieron a crecer las alas y, en lugar de plumas, un pelaje corto y oscuro. Durante el día duerme y en las noches sale a cazar insectos. Poco a poco ha dejado atrás los malos sueños.

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Recuerdos de la Mondragón

Hoy desperté sabiendo que podía disfrutar mis aventuras con Teté Mondragón sólo porque estar con ella era como escuchar el sonido de mis pelos cuando me rasco el sobaco: me gusta el sonido.
Ver su rostro poblado de lunares era también un poco como ir a recoger del tendedero mi camisa blanca durante una tarde nublada, cuando las moscas abundan.

Toda ella era un “como”. A veces me tomaba por sorpresa mientras buscaba alguna imagen divertida para comparar alguna parte de su cuerpo o sus gestos. Entonces no sabía como contestarle y, mientras buscaba una respuesta, ¡zas!, venía a mi mente la analogía. Nos quedábamos callados, viéndonos fijamente, saboreando la sonrisa. Luego le platicaba lo que estuve pensando y la risa se convertía en carcajada.
Eran verdaderamente deliciosas las tardes transcurridas entre cafeterías, parques y plazuelas, hasta terminar alcoholizados en algún Bar del Centro y de ahí a tomar el cuarto de algún hotelucho a pasar lo que restaba de la noche. Ya en el cuarto seguíamos con las analogías, agitando la cama en busca de metáforas corporales y dos que tres olvidos de nuestras respectivas vidas de casados. Lo de la rosa blanca era todo un rito; le quitaba el celofán y acariciaba con los pétalos todo el cuerpo desnudo de Teté; dejaba la rosa entre sus pechos y continuaba haciéndole el amor, contemplando la trilogía pecho-rosa blanca-el otro pecho.
Después la humedad nos mandaba rendidos a soñar con las moscas de mi camisa o con lustrosos pelos de sobaco que en el sueño podían ser castaños o azabaches, dependiendo de si el sobaco soñado era el mío o el de ella. Por lo general soñábamos uno las nalgas del otro y al momento del “charolazo” abríamos los ojos muy grandotes y nos preguntábamos invariablemente sorprendidos: “¿Quién jodidos eres tú?”
Nos despedíamos en la calle y cada uno tomaba por su lado llevando a cuestas el acuerdo mudo que se cumpliría sin remedio, cualquier otro día, en la mesa de un Café.

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viernes, noviembre 11, 2005

Epílogos para un poema

I

Que mi voz partiera por en medio el escritorio estéril, el temor de dejar en blanco el lienzo de los locos, vacías las naves de la edad media.
Que de mi mano ya no nazca un remedo de primavera, la vaga ilusión de una tristeza imaginaria, los números absurdos con que la vida vive su muerte cada día.
Que de mi cabeza destierre a los falsos ídolos del sol negro, lanzándolos al rumbo de lo ajeno, al desierto sin arena.
Que vivir pudiera olvidado de los cadáveres que me atribuyo, lejos de mí y de los ojos que rascan mis heridas, de la increíble condición de un héroe de caballerías.

II

Perdida toda sonrisa ¿qué más dan las carcajadas del enemigo, el sabor amargo de la tierra, esos granos de arena que voy, que vamos, quebrando entre los dientes?

Ayer fue un beso y repartir de mariposas ramos,
hoy saliva y una horda de murciélagos pulguientos,
la seguridad increíble de haber perdido todos los poemas en el cieno.

¡Allá van!,
desmembradas,
estrofas rotas en grotescos versos,
en palabras huecas que van perdiendo sus letras,
en ritmos estentóreos como la agonía del cerdo.
Imágenes, un remolino de inmundicias donde aparece de tanto en tanto mi rostro disfrazado de mueca y brazos, manos, pies rotos, un bullir de uñas y dedos.
Que vuelva el mago de las letras a juntar mis miembros con suturas bastas, hilos de cáñamo para zurcir la cabeza a la estrechez de mi cuerpo.

III

¿Y si todo fuera un sueño que opaca mis ojos y ya no hay mago, ni agujas, ni letras? ¿Aceptar que no es posible trazar un boceto de otro cielo, de otra tierra? ¿Aceptar que cuando te pierdes en la aurora hay un gusano debajo de ti que poco a poco te devora?
¿Quién pudiera beber de la Estigia y apagar las sombras de sus emputecidas quimeras?
Ni una palabra más que no tenga un destino sin cadenas, ni una sonrisa, puro aquelarre de letras.
Discursos peregrinos, letras que no se arrimen a la materia perversa del papel.
Dejar que los cabellos crezcan sin control hasta tropezar con ellos,
que entre las barbas aniden costras de cebo, bullir de insectos que sorban mi veneno
Que en la calle griten: “¡Allá vas, leproso de mierda! Se te ven los huesos. Cómprate ropa al menos, ponte zapatos o trapos para que no pierdas más dedos. Allá vas, leproso, ojalá te mueras”.

IV

O simplemente, que nunca pierda Sísifo su piedra.

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jueves, noviembre 10, 2005

Caballerías

En mitad de la peor tormenta de nieve salió de su choza temblando de frío.

En el primer nivel venció a los guardianes y ganó escudo y armadura.

En el segundo, obtuvo la lealtad de un escudero y la espada de neutrinos.

En el tercero, partió por el medio al gigante lanza-misiles-crucero.

Y al final, con el Dragón Fotónico humillado ante la celda de la princesa y con varias vidas de repuesto, el sin par caballero se miró a sí mismo: en un brazo tenía a la doncella y en el otro la espada justiciera. El resto vino en cascada. Oprimió el botón de pausa, contestó el celular y le dijo al jefe que ya estaba mejor que hoy sí iría; su esposa refunfuñó que apagara eso, él ni siquiera la tomó en cuenta y, por si acaso, salvó la aventura en el disco duro. Se vistió para el trabajo, tomó el portafolio y las llaves del auto. En el primer semáforo encendió la calefacción: era una mañana de lunes verdaderamente fría.
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martes, noviembre 08, 2005

Aventura feliz

Con el cambio de turnos llegó de cajera una rubiecita como de diecisiete. La estuve vigilando un par de horas hasta que me pidió meterle la hamburguesa y un Tigger a la Cajita que estaba cobrando; yo le dije que como gerente no era mi obligación y que la Big Mac era muy grande, y que las papas estaban demasiado calientes, pero en fin, por ella lo intentaría. Y lo logré. Ah, y entonces ella entornó los ojos y tecleó sensualmente la orden, preguntó “¿algo más?” al gordito de la playera a rayas. Ahí fue cuando sentí que, sin duda, la quería.

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sábado, noviembre 05, 2005

Ventanas

Un día llegaron en helicóptero los ingenieros y repartieron despensas y levantaron un poste con antenas y una cámara y nos construyeron el aula para la computadora y nos enseñaron a usarla y nos conectaron y tecleamos y dimos clic con el maus en la dirección que nos dijeron y navegamos y en la pantalla apareció el pueblo y los que se dieron cuenta se quitaron el sombrero y salieron a saludar a la cámara y los vimos en la pantalla agitando las manos. Los ingenieros dieron clic y vimos otro pueblo, no de aquí, porque aquí no somos tantos ni tan morenos y vimos que un grupo de mujeres encueradas agitaban manos y tetas al aire mientras niños negritos hacían muecas y les vimos los dientes y lo blanco de los ojos, y sus barrigas infladas.
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*Sugerencia: léase a 3.4 palabras por segundo, y mucho pulmón y más bocanadas.

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jueves, noviembre 03, 2005

Alí Yafar abrió la ventana

Una línea suave separaba el azul del cielo y el undoso perfil, ocre y destellante, de las dunas; limitaba, al mismo tiempo, la dispersa figura de un pelotón de palmeras, el procesional avance de una columna de camellos.
Alí Yafar salió de casa. Llegó al trabajo. La máquina que estaba junto al elevador le devolvió una lata roja por dos monedas. Se percató de que había olvidado preparar el microondas. Fue a casa y lo programó para calentar la comida a las dos. Y cuando regresó a la oficina, las torres gemelas ya no estaban ahí, en la televisión de la entrada.
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martes, noviembre 01, 2005

El capturista

“Volvió a saludar con la mano, con el gesto seco que hubiera usado el posible Baldi.”
J.C. Onetti

En respuesta al viril llamado de su vicio, Búfalo Bill miró la salida y se dejó crecer un poco más la barba. Dejó la silla giratoria y oteó la pradera monótona de computadoras encendidas y cabezas apagadas. Un relámpago hizo parpadear las lámparas de neón y se escuchó un trueno. Entonces Bill avanzó por en medio de la caballeriza, arriscando la nariz al respirar con regocijo el infamante hálito de bosta y paja. En sus pesebres los animales aguardaban piafantes por sal y avena. Con un empujón apartó al insulso mozo de cuadra. En el umbral el comisario tenía el Winchester sobre las piernas. Sin voltear a verlo, Búfalo masculló:

—Ahora vuelvo, voy por cigarros.

Abrió la puerta y atravesó la vía evitando la embestida de los enfurecidos autos. “Malditos búfalos”, pensó, ajustándose el sombrero, al llegar al otro lado.
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