Estación de Letras

Partir es madurar un poco. No madura quien no viaja. Dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar. Xavier Villaurrutia *** Página de invenciones, improvisaciones, ficciones-bonsai, en fin, escritos que aspiran a ser literatura cuando alguien más los lea. Textos de Gilberto Marti.

Mini-datos sobre el autor

Nombre: Gilberto Marti, de preferencia Marti. País: México.

Ciudad: Tlaxcala, atrasito de los volcanes. Ver perfil completo


NOTA: Los comentarios a los textos, por favor escribirlos en el enlace que está sobre el título de cada uno.


AVISO: Ya está lista nuestra nueva bitácora. Serán bienvenidos sus comentarios en Estación Crítica.

|

viernes, septiembre 30, 2005

Historia con tarántulas IV

El papá disfrazaba con violencia la tristeza por la pérdida de las cosechas, la epidemia de vacas locas y la hipoteca de la casa. La casa, cada vez más en ruinas, se llenaba poco a poco de polvo y telarañas. Ahora que la familia estaba reducida a ellos tres y la sirvienta, el lugar resultaba demasiado amplio; muchos cuartos de la planta alta fueron abandonados. Ni Gabi, ni Mari los limpiaban más y al papá no le importaba.

***

Y es que había días en que el niño no podía esperar la noche para sentir a Gabi o a Mari; entonces se tocaba, él mismo, a riesgo de su padre.

***

Las tarántulas que viven en cautiverio siempre encuentran la forma de continuar respondiendo a la naturaleza. No importa que les pongan un leño o una lata oxidada: cuando el instinto las mueve, ellas tejen su nido.
***
Al final la curiosidad venció al niño. Durante todo el desayuno había insistido en mirar las manos del padre. Cuando Mari y Gabi llevaron los platos sucios a la cocina, soltó la pregunta:
—Papá, ¿por qué tus manos son peludas...?
***

|

jueves, septiembre 29, 2005

Historia con tarántulas III

Tanto a la hermana como a la sirvienta, tan parecidas en el físico, les repugnaban las mascotas del niño. Al padre le daba igual, y a la mamá... bueno, hace tiempo que había muerto, mucho antes de la primera tarántula.

***

Toda mano infantil se tarantuliza más después del castigo que le infligen al haber sido descubiertas en flagrante autogratificación.

***

Ellas guardaban silencio, no permitían que el niño alcanzara la lámpara. Una lo hacía por miedo a revelar su identidad; la otra, para intensificar el placer, concentrarlo en los paseos titubeantes de la pequeña mano.

***

Entre tarántulas, como entre todos los arácnidos, es sabido que las hembras siempre son más grandes que los machos...

***

El niño pasaba muchas horas hojeando el libro. Le gustaban las fotografías en color. Las de zonas tropicales son tarántulas más grandes y coloridas. Algunas llegan a cazar pequeños mamíferos o serpientes, y todas comen insectos.
***

|

miércoles, septiembre 28, 2005

Historia con tarántulas II

En 1787, el doctor Javier Cid, en su obra 'Tarantismo observado en España', recogió numerosos testimonios de mordeduras y curaciones en todo el territorio Español. Es interesante observar en todos los casos, que la tarantela se manifiesta involuntariamente. La Junta Gubernamental de Medicina, en 1875, llegó a reconocer los poderes curativos de la tarantela y animaba a los músicos para que la hicieran sonar.
***

Toda tarántula es mano de licántropo o jugueteo infantil sobre la piel desconcertada de una joven que se llame Gabi, o Mari.

***

La tarántula es el hirsuto pubis de una diosa menor de los bosques, dice la mitología.

***
Al niño sin nombre le dio por investigar qué hacía, a esas horas de la noche, un cuerpo tibio, anónimo en la oscuridad y en el silencio, metido en la cama junto a él.
***

|

martes, septiembre 27, 2005

Laberinto

Tal vez Minotauro herido aún podía seguir el hilo que Ariadna le había mandado. Luego de unos minutos, desolada, se dejó arrastrar por el cruento asesino.

|

lunes, septiembre 26, 2005

Historia con tarántulas I

De mi nacimiento no recuerdo nada y nadie me contó nada al respecto. Dudo que mamá me haya dado el pecho. En venganza yo se lo doy al pequeño que cuido y a su padre, me gusta hacerlo, me gustan los juegos. Me sacaron moribunda de la calle, mugrosa y con piojos, el viejo y el niño. De madrugada me arrojaron a la carreta; olía a tierra mojada y no estaba tan húmedo. Yo no quería ni abrir los ojos, escuché el traqueteo de las ruedas contra las piedras y, al salir de la ciudad, el chapoteo de los caballos en el sendero anegado, el piafar sereno de los cuacos; escuchaba el ulular de las lechuzas. Pensé que cualquier cosa era mejor a mi vida perdida en los callejones del villorrio. Imaginé un baño caliente, el agua mojando mi cuerpo que apenas respira bajo la costra de mugre; imaginé sábanas limpias y las manos velludas del viejo. Respiré profundo los pinos del bosque. Entonces sentí las tarántulas que avanzaban con seguridad en mi vientre y subían hasta los botones precisos de la blusa. No abrí los ojos, no podía. Me deje llevar por los movimientos sutiles de los arácnidos hasta que salvaron la muralla de tela y pude sentir las manitas, los dedos traviesos que pellizcaban apenas fuerte. Luego sentí los labios y las tarántulas pequeñas que el niño había soltado sobre mis piernas. El viejo latigueaba a los caballos.

Así llegué a la casa. Hago de todo y no pregunto nada; es más, no hablo. Jamás extraño las calles del villorrio y creo que al fin tendré comida tres veces al día.

|

viernes, septiembre 23, 2005

Edipoe Rey

Antes de abandonar el palacio, el vidente profetizó:

—Cría cuervos y te sacarán los ojos.

—¡Lárgate ya, Tiresias, nunca más pediré tu consejo...! ¡Nunca más! —graznó el rey, enfurecido.

*

|

miércoles, septiembre 21, 2005

Tiempo embotellado

Hoy, que los tiempos no andan para Rolex y siete de cada diez personas pasan doce horas al día atados a un reloj chino, me interesa escribir sobre la naturaleza de la atracción irresistible que siento por mi reloj de arena.

Si te regalan un Rolex, lo verás precioso; si te regalan uno chino, apreciarás lo práctico. Entonces, ¿qué me atrae de mi reloj de arena? Su estética: su forma es bella, como el número ocho, como el símbolo del infinito, como el número tres reflejado en el canto de un espejo; me gusta el brillo de los bulbos, el color de la arena, el material del marco y el trabajo, más o menos artesanal, que implica. Sin embargo, hay algo más allá de lo visible: con un reloj de arena la ilusión de poseer el tiempo adquiere un grado menos de incertidumbre porque ¿quién no se queda embelesado al poner a funcionar el artefacto y ver cómo caen los minutos, forman un cono en el bulbo de abajo, un vórtice en el de arriba, y sientes una angustia que crece como si fueras uno de esas pequeñas partículas minerales precipitadas a un abismo que recomienza cada vez que giramos el artificio? La fascinación que sentimos no es porque la arena que cae simbolice la vida que se nos escapa, sino por la posibilidad que tenemos de girar el reloj una vez más y ver pasar los granos que, por supuesto, nunca son los mismos; y pensar que vivir pueda ser algo como esto.

|

martes, septiembre 20, 2005

Estética de la verruga

Es el lunar depósito de manidos sentimientos y expansiones líricas de corte virgiliano, el anhelo secreto de todo aprendiz de poeta. Hay que poner un lunar en el labio superior de una diosa de porcelana con labios acorazonados y brillantes, para luego besarlo entre suspiros y chispas de chocolate. Lo que no se dice es que en el lunar hay un pequeño anticipo de la verruga que, más tarde que temprano, pero inevitablemente, extenderá su dedo apodíctico y espantable hacia la muy triste inspiración de sus aguerridos cantores. No se trata de arruinarle a las divas la colección de sus más íntimos trovadores, sino de advertir a la estirpe de juglares callejeros sobre las virtudes precautorias y estéticas de mirar lo horripilante en la entraña misma de lo bello. En todo lunar está la verruga en potencia; en toda verruga, la nostalgia de los besos.

|

lunes, septiembre 19, 2005

Mi vida con Olympia

Responde al traqueteo de antaño con un reproche de palanca, letras y campanilla mudas que no acompañan más el crujiente giro de engranajes y tabulaciones; al prestigio de su nombre ya no contesta con cartas y trabajos escolares, mas nadie le quita lo guinda de la metálica carcasa, ni los bordes cromados ni el origen extranjero. Entre varillas de acero persisten rollitos de goma que se llevaron las letras o palabras erradas, huellas de textos emborronados. Y a pesar de mi computadora siempre lista para el escrito cotidiano, de vez en tanto prefiero interpretar en máquina de escribir y hoja en blanco, oír y ver cómo avanzan las hormigas estridentes y dejan como rastro una suerte de partitura en cada párrafo.

*

*Giuseppe Ravizza, diseñó en 1856 un “címbalo escribiente”. Estaba hecho de madera y metal; era muy pesado. Es sólo una posibilidad, pero con ello me basta, imaginar que alguien haya interpretado algún poema en el “piano de Ravizza”. En 1874 apareció la Remington y entonces..., bueno, la PC, y aquí andamos.
**Mi máquina es una Olympia, de las primeras portátiles (apenas diez kilogramos). Y no, no insista, no la vendo.

|

jueves, septiembre 15, 2005

En México la fiesta y la Estación que descansa

Siendo como será, en unas horas más, la esperada, la ansiada —más no tanto como lo que vendrá después (en forma de un largo fin de semana)— y tan largamente preparada por parte de las familias de aquesta tierra donde vivir suelo por vaya a saber que azares del destino o caprichos de la natura, pero total, aquí vivo, en la tierra del nopal y la tortilla, heme en la obligación moral, sentimental de manifiestar: que habráseme de disculpar y abráceme señorita y vamos juntos a comer antojitos, tacos, tortas ahogadas, buñuelos, pozole y enchiladas, beber tequila —no tanto, dos caballos—, decía, pues, que habránme de disculpar mis estimados lectores el incoveniente de percibir durante los próximos, al menos tres días, la falta de cambios y agregados textuales en ésta su casa es mi casa, pásele usted, cómo no, después de usted, está en su Estación de Letras, y ya que no acostumbramos dar el grito de la independencia sino de la pendencia: por ahora me despido y queden ustedes en libertad total de leerse toditos los textos anteriores —los hay muy buenos y otros peores— de la Estación de Letras.

|

martes, septiembre 13, 2005

Historia de una verruga

Hubo una vez una verruga a la cual le brotó una arruga. Parecía cosa de nada, un plieguecillo despreciable que, sin embargo, al día siguiente ya eran dos; en menos de doce horas, tres. Total, para no hacer la historia larga, terminó por brotarle todo un ceño fruncido y una frente, y a los lados ojos; por abajo la nariz, a poco un cuello, hombros y un par de brazos con sendas manos tembleques, inmisericordes a la hora de untar la pomada anti-verrugas que al fin vino a dar al traste con la verruga originaria y anunció el principio de la hegemonía de la más grandemente arrugada abuela.

|

lunes, septiembre 12, 2005

Li Poh Tei y los cerezos

En cuanto Li Poh Tei vio que el primer capullo abría, levantó la mano y los músicos comenzaron a tocar para favorecer la floración de los cerezos: poco a poco las flores esparcieron sus pétalos sobre los ya caídos, hasta pintar de invierno la primavera y embalsamar tanto el cauce de los ríos como la sonrisa plena del emperador poeta, cuya momia cobijada bajo el manto vegetal endurecido, será encontrada, siglos después, por un equipo de mineros. De la capa más profunda del estrato se desprenderá un hálito de cerezos, hay quien jurará haber escuchado música en los socavones, mas nadie lo tomará en serio porque el carbón hay que seguir sacándolo y no merece la pena perder el tiempo en un montón de huesos.
***
NOTA: Con este texto termina la primera serie temática sobre la vida y obra de Li Poh Tei, emperador poeta.

|

Li Poh Tei, su litófono

Interesado por la música de las piedras, Li Poh Tei, joven emperador, construyó un litófono que comenzó con la nota más débil: ató un grano de arena en el extremo de un hilo de seda. Con cordeles suspendió gravilla y guijarros del río; con cuerdas, cantos rodados y rocas pulidas; también dispuso un peñasco en el acantilado de granito. Se acercaba el día de probar el litófono o pien-tsin. Li Poh Tei mandó trenzar millares de sogas para rodear a la montaña Huangshan.

La prueba fue el primer día de primavera, antes del amanecer. Miles de súbditos escucharon con respeto la música del emperador. Los árboles se mecieron con las percusiones, los manantiales largaron aguas minerales y termales, pero lo mejor fue cuando Li Poh Tei dejó a un lado el mazo y palmeó con gentileza la superficie de la tierra al pie de la montaña. Un rumor sordo, sereno y profundo hizo vibrar la niebla y las copas de los árboles, los admirados vasallos contemplaron la salida del sol mientras sentían a la Tierra cosquilleando, resonando sin cesar bajo sus pies. Li Poh Tei, descalzo, también sonrió.

|

sábado, septiembre 10, 2005

Li Poh Tei, sus ratos libres

La montaña Huangshan, adormecida entre la niebla, espera la salida del sol mientras, más arriba, garzas recortan su silueta espigada; la cascada es un tajo de espada cayendo a plomo sobre las rocas donde se quiebra en espuma y nubes que alimentan un arcoíris miniatura; están los arrozales y el tigre que lleva en el hocico una gacela hacia el bosque de bambú. Puede distinguirse el palacio de Li Poh Tei flotando entre la bruma, sus murallas y pagodas resplandecientes. Por una ventana vemos al emperador de pie ante el muro, rodeado de pigmentos y pinceles, dibujando el perfil de la montaña Huangshan adormecida entre la niebla…

|

viernes, septiembre 09, 2005

Li Poh Tei, su infancia y primera lección

Desde niño tuvo tendencia a mirar diferente al mundo. Cuando cumplió tres años ya tardaba más de quince minutos en atravesar el jardín hacia el templo: en cada paso que daba quedaba angustiado por el temor de no haber evitado, a pesar de todo, aplastar algún insecto muy pequeño que hubiese escapado de su escrutinio. Fue así como Li Poh Tei, al cumplir los siete, acudió a la escuela del sabio Jun Shuan, el cual tenía fama de respetar la naturaleza. Al desembocar en el jardín de la escuela, Li Poh Tei descubrió al venerable maestro arrodillado ante un montón de rocas.

—¿Qué hace usted, venerable maestro Shuan?

—Quiero averiguar si alguna criatura vive en estas rocas antes de llevarlas al jardín interior —respondió y volvió a quedar inmóvil durante media hora. Li Poh Tei no quiso interrumpirlo. Decidió volver al día siguiente.

—¿Qué hace usted, venerable maestro Shuan? —preguntó Li Poh Tei al otro día cuando encontró al maestro en la misma actitud que el día anterior.

—Por la mañana he visto entrar una hormiga entre las piedras y hasta el momento no ha salido.

Al día siguiente Li Poh Tei vio que las hormigas entraban y salían de debajo de Jun Shuan.

—¿Qué hace, venerable maestro Jun Shuan?

—Espero, jovencito Li Poh, espero.

—¿Qué es lo que espera?

—Que las hormigas descubran su error y el peligro en el que han incurrido. Las piedras están libres para mi jardín, pero yo no puedo llevarlas hasta allá. ¿Me haría el favor?
Li Poh Tei llevó las piedras al jardín de arena de Jun Shuan. Las dispuso de manera conveniente y se marchó para no volver: Jun Shuan no era buen maestro para él.

|

miércoles, septiembre 07, 2005

Historia de un lunar

Tendrías que haberlo mirado en ese entonces, todo coqueto, pequeñito y negro, tan lindo que se veía en el borde del labio. Daban ganas de comérselo a besos como si fuera el postre de chocolate para después de la cena. Le gustaban las visitas de bigotes bien acicalados. Los recibía a diario; todos muy finos y amables. Entonces fue cuando debieras haberlo conocido porque, lo que es después… Uno piensa que la picazón es niñería de un rato. No, si vieras que así empezó, y dale a rascarse y rascarse. Le suspendieron las cremas y los aceites, le prohibieron el labial. Y nada, dale con la picazón, noche y día; y, claro, así como le vino el prurito se le fueron las visitas, cada vez menos y más espaciadas.
///
Fueron tres, tres pelos. Le brotaron así de gruesos y blancos. Parecía alfiletero. Dos recortes por día bastaron por un tiempo. Luego, la sequía, la tristeza y el cansancio cotidianos; la pobreza. Dejó que le crecieran, ya no le importó. Un día, no lo creas, agarró segundo aire. Bigotes visitantes de nuevo; vulgares, más bien desaliñados y amarillentos de tabaco, desparejos. Ahora, uyy, ¿qué te puedo decir?, no me importa que otros lo vean. Yo me afeito, me perfumo, me tiño el mostacho, espero a que termine su trabajo y tome un baño. Lo veo alistarse, para los besos gentiles y mis bigotes parejos. A cambio, no trabajo. Habrías de haberlo conocido: era un lunar muy bien puesto.

|

lunes, septiembre 05, 2005

Sísifo

Desde la segunda
vez que bajó la cuesta
notó que la roca, cayendo en
cierto ángulo, perdía fragmentos al rodar...
Sería cuestión de paciencia y de seguir fingiendo gran dolor.

|

viernes, septiembre 02, 2005

El hubiera no existe

La mujer, acompañada por un enjambre de vidrios rotos, volaba a un metro de altura sobre el asfalto. El dolor de cabeza fue desapareciendo a medida que el cuerpo entraba de nuevo al auto. Escuchó el grito de su marido y el cráneo se alejó del parabrisas. Esta vez se aseguró de abrochar el cinturón y volvió a hacerle la pregunta que lo distrajo del automóvil detenido en la curva:

—¿Con quién me engañas?

Él volteó a mirarla, sorprendido por un segundo, sin comprender porqué ella se cubría la cabeza con los brazos. Luego, sin más tiempo para nada, el brutal impacto.

|

Anestesia

Cuando despertó la enorme verruga todavía estaba allí; eso sí, ya jamás gastaría en condones.