Arimán
Cuando el ruido terminó quedamos envueltos en la oscuridad. La falta de luz era tal, que no sabíamos si teníamos los párpados abiertos. Una voz dijo: “Encontré cerillos”. La débil llama nos atrajo y de las tinieblas emergió un círculo de rostros deslumbrados. Unos prendimos las luces; otros, salieron a los pasillos. El resplandor fue propagándose en cadena por todo el edificio. Había voces alegres que comentaban acerca de los que bajaron a la calle. Desde las ventanas vimos avanzar la serpiente de luz por las avenidas; iba contagiando de fulgor edificios, callejones y semáforos. Sobre la ciudad las nubes resplandecieron con tintes naranjas de lámparas mercuriales.
De pronto, otra vez el zumbido en el horizonte y el apagón. “¿Dónde está el de los cerillos?”, preguntó una voz delgada que se iba quebrando. “Creo que se quedó afuera”, respondió un niño. La mujer sollozó ruidosamente. Nadie logró recordar la ubicación de los apagadores. Poco a poco nos fuimos callando. El silencio me dolía en los ojos, en la piel. Sentado en el piso me puse a recordar las nubes anaranjadas, deseé con tanta vehemencia mirarlas de nuevo, estaba tan concentrado que, sólo más tarde, cuando sentí que yo era la mujer y el niño y el piso, escuché una voz que había dicho: “¿De dónde viene el resplandor? Es hermoso”.
Ahora estamos juntos, en la luz.
De pronto, otra vez el zumbido en el horizonte y el apagón. “¿Dónde está el de los cerillos?”, preguntó una voz delgada que se iba quebrando. “Creo que se quedó afuera”, respondió un niño. La mujer sollozó ruidosamente. Nadie logró recordar la ubicación de los apagadores. Poco a poco nos fuimos callando. El silencio me dolía en los ojos, en la piel. Sentado en el piso me puse a recordar las nubes anaranjadas, deseé con tanta vehemencia mirarlas de nuevo, estaba tan concentrado que, sólo más tarde, cuando sentí que yo era la mujer y el niño y el piso, escuché una voz que había dicho: “¿De dónde viene el resplandor? Es hermoso”.
Ahora estamos juntos, en la luz.