Estación de Letras

Partir es madurar un poco. No madura quien no viaja. Dentro o fuera de la alcoba, lo que importa es trasladarse, perderse, encontrarse: viajar. Xavier Villaurrutia *** Página de invenciones, improvisaciones, ficciones-bonsai, en fin, escritos que aspiran a ser literatura cuando alguien más los lea. Textos de Gilberto Marti.

Mini-datos sobre el autor

Nombre: Gilberto Marti, de preferencia Marti. País: México.

Ciudad: Tlaxcala, atrasito de los volcanes. Ver perfil completo


NOTA: Los comentarios a los textos, por favor escribirlos en el enlace que está sobre el título de cada uno.


AVISO: Ya está lista nuestra nueva bitácora. Serán bienvenidos sus comentarios en Estación Crítica.

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lunes, mayo 30, 2005

De mentiras, mentirosos e ingenuos

Los escritores somos los mentirosos por excelencia. Cuando la gente saca su Freud y se pone a interpretar las ficciones que escribimos terminan horrorizados o deprimidos, o ambas cosas. En cierto modo, que las ficciones sean verosímiles, tiene su lado positivo: lo escrito resultó efectivo. De ahí a que arriesguen calificativos contra tu persona hay un trecho enorme. Compartir lo que escribimos, en ese sentido, es un riesgo ¡Pero es tan divertido!

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miércoles, mayo 25, 2005

Segunda sombra

—Tan, tan.
—¿Quién es?
—Soy yo.—¿Yo? Pero si yo estoy adentro.
—Tienes razón. Pero abre ya.
—No te conozco.
—Soy yo, tu sombra, y te quiero decir algo.
—Dilo ya.
—Abre.
—No quiero. Siento que eres una sombra.
—Bueno, el sol jamás me ha gustado por completo y…
—Pero es de noche.
—Ahí está, ¿no te digo?, ¿lo ves?
—No lo veo. Tengo miedo.
—No temas, estoy contigo.
—¿Pero quién eres?
—Soy yo.
—¿Yo?
—Sí, yo.
—¿Cuándo me dejarás en paz?
—No lo haré. Soy tú sombra, ¿recuerdas?.

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martes, mayo 24, 2005

El infaltable escrito inspirado por las lluvias

Lluvias. Un diluvio; a cántaros el agua cayendo. Llueve ¡Vaya que llueve! Era inevitable en vista de la primavera… ¿Pero tanto?.
Bah… es que me acordé de mi lejano pasado de estudiante, cuando apenas como que quería dedicarme a escribir. Siempre escribía cosas de temporada: si veía llover y gente correr, iba por papel y pluma: largaba todo una teoría sentimental o de otros, variados temas, respecto al fenómeno pluvial. Lástima que no guardé ninguno porque eran trabajos escolares que, deseando ser serios y correctos, formal y gramaticalmente, acababan en teorías cosmogónicas (incorrectas) que pasaban por Tlaloc, Quetzalcoatl, Huehueteotl (este no sé por qué demonios), hasta llegar a Jim Kelly y algo de Fitzcarraldo (¿se dan cuenta?); luego había escenas de lo de Isabel, Chabela, Chabelita viendo llover en el otro más renombrado pueblo… Así por el estilo. Sobre todo que me hacía recordar Comala y lo de cuando les dieron las tierras (ya sé, eso no fue en Comala, pero por ahí cerca), sobre todo esto último por lo de la única gota, gotota que vieron caer como un salibazo divino. Qué cosas, caray. Qué bueno que Rulfo escribió eso, caray.
Bueno, la cuestión es que llueve y me dejé llevar por el otro torrente de ideas. Sospecho que mis escolares trabajos eran algo como esto que ahora leen ustedes —si es que alguien esta leyendo, digo—. Lo que no me ha dejado de gustar es el olor de la tierra humedecida por las primeras gotas de una llovizna. Y de esto último, nomás porque no tengo dinero para hacerlo yo, les voy a regalar la idea: la de un limpiador de pisos —así como “El maestro limpio”, o el de la “Fiesta de Flores”—pero que se llame “Húmedos terregales”, o “Tierras Mojadas”; quizás, si el fabricante es muy quisquilloso para los nombres, le pondríamos al producto “Caolinitas Hidratadas” o “Arcillas hidrificadas” que los dos se oyen brutalmente bien. Ahhh, casi puedo imaginar el éxito rotundo, la revolución en la industria de los aromatizantes; casi puedo sentir ya el olor magnífico luego de rociar un poco con una lata —propelente ecológico, por supuesto, salven a la capa de ozono—, en los insospechados intersticios de mi habitación, todo un lujo. Eso para empezar. Luego podrían seguir con desodorantes y talcos. Todo un mundo (¿se imaginan un “Eau D’Argile” pour Channel?
Pero no creo. Será que la lluvia me ha puesto aburrido porque no para. Sigue y sigue; no puedo salir a comer, mucho menos a beber —y tan cerca que está de aquí la cantina de Flor del Carmen, es una lástima—.
No sabía que en San Juan lloviera tanto. La nubes han tapado a la montaña. Ahhhh, sí: ésta tarde no hay inspiración, simples y rescatados trabajos escolares. Mejor termino por aquí.
¡Cómo llueve en San Juan; cómo llueve!

¿Y el chingado paraguas dónde lo dejé?

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lunes, mayo 23, 2005

Salvaciones

Un fenomenal hedor a cristiano; en el periódico del fulano de enfrente: brutal asesinato, nuevos atentados, secuestros, explosiones, Bin Laden y un carterista que con pericia despoja a un pasajero; he podido recargarme en la puerta del fondo, me han dado pisotones; hay un niño que llora: la madre le pega. Entre apretones y sobacos indignantes, abro la tapa y vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre…

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viernes, mayo 20, 2005

El soldado vuelve a casa

Sucedió una mañana, cuando las bombas habían dejado de caer, y vino a despertarnos una parvada de cuervos que buscaba desperdicios en las ruinas del comedor. Él apareció entre los muros derruidos del orfanato. Venía flaco y con el susto en el cuerpo. Lo invitamos a comer. Hicimos un círculo alrededor del soldado; nos sentamos sobre ladrillos, en medio del terregal y escombros. Nadie se atrevía a preguntarle por la gente de allá, abajo, de la ciudad silenciosa y humeante. Yo estuve a punto de hablarle, pero comía con tantas ganas que me dio pena interrumpirlo. Entre bocado y bocado nos lanzaba miradas suspicaces, como si temiera que le arrebatásemos la comida. Cuando terminó, se cambió de ropa y de pronto dijo: “Ahora vuelvo, voy por cigarros”. Lo vimos perderse tras la colina. Nos pareció escuchar que iba silbando.

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martes, mayo 17, 2005

Llegada de la decoradora (Fragmento extraviado de novela)

Como una historia con muchas flores y jardines, llena de aromas y murmullos de agua; como una noche enferma de estrellas y plagada de los mismos rostros de la luna; como la vida misma que, secreta y pudorosa, se nos va arrimando por los callejones ocultos de nuestras respectivas soledades, así la vimos llegar.
Colgado del hombro el maletín de piel donde adivinamos que cabían todas, absolutamente todas, sus pertenencias. En la boca lucía una sonrisa diminuta con la que se defendía precariamente de todas las nostalgias que parecía arrastrar en cada paso; la misma sonrisa que la inmunizaba de nuestras miradas perspicaces. Bajó del único autobús destartalado que sigue llegando a San Juan —el resto de la flotilla es asquerosamente último modelo—. Tenía que llegar en éste ómnibus precisamente porque si no hubiese sido como si no lo hubiera hecho.
No era muy tarde pero ya costaba trabajo distinguirle las facciones. El cuello subido de la gabardina no ayudó mucho. Nosotros imaginábamos la belleza cada que veíamos bajar una mujer con facha citadina; deseábamos con vehemencia que la siguiente fuese una linda mujer, y que trajese el amor consigo. Y aquí estaba ella. Retraída y con un gesto indescifrable que se le perdía, aún más, en medio del alboroto de cabellos.
Era marzo y el viento hacía lo suyo con faldas y gabardinas. También hacía calor y, ante los bochornos de las tardes quietas sanjuaninas, nos sentábamos en los portales, a la sombra, frente a la cantina de Flor del Carmen; bebíamos cerveza oscura de barril desde las cuatro de la tarde instigados por los buenos modos de la anfitriona. Nos quedábamos a veces hasta otro día, unos sobrios, otros no, como esperando que al fin algo nuevo pasara en San Juan. Con ese ánimo, viendo poblarse el cielo con negros nubarrones, la vimos llegar. Yo les dije: “Miren muchachos, ésta es la buena” Voltearon a ver la figura que dudaba a dónde dirigirse. Luego me miraron y soltaron la carcajada. No los traté de imbéciles porque ya para esas horas estaban subidos de copas o, más bien, subidos de tarros. Además que ya no hizo falta mandarlos callar. Ellos solos se quedaron como muertos, quietecitos y mudos, cuando la recién llegada enfiló derecho a la cantina. La vimos entrar. Nadie reía. Todos interrumpieron sus charlas para escucharla pedir una copa de vino blanco, “Bien frío, por favor”
A los que compartían mi mesa les dije con regocijado orgullo: “Ya lo ven babosos. Esta es la buena. Es ella, la decoradora” Y nadie se atrevió a contrariarme.

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Prólogo

Especial trabajo me está costando la elaboración de ésta, mi primera Obra Novelesca cien por ciento ficticia que aborda el evasivo tema de la evasión. Todos los días he batallado con la trama, el argumento, las técnicas y demás bisutería que ahora no vienen al caso. Pienso que no radica ahí lo importante sino en el sentimiento sagrado de que sí, tengo algo originalísimo que decir, y que yo, sólo yo puedo (y podré) expresarlo de la manera única en que todo esto puede y debe ser dicho, ¡qué caray!, ¡cómo no! No sé que opinen ustedes de los Prólogos, en especial de aquellos escritos por el mismo autor de la obra a la cual anteceden. Muchos opinan de mala manera al respecto y hay personas (lo juro, los he visto, los conozco) que si, hojeando un libro, se percatan de que contiene un Prólogo, nomás no lo compran. Curiosa aversión a los Prólogos: misterio de misterios de la Naturaleza Humana, del pensamiento preciso y audaz de esos seres que llamamos Humanos, raza a la cual pertenezco con orgullo, y en especial al prístino gremio de los que escriben porque saben que de otra manera no podrían vivir y que cada noche se desvelan (nos desvelamos) buscando la frase inicial de su siguiente o su primera Obra. ¡Loor a los que escriben!

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viernes, mayo 06, 2005

El armario

La única vela que les quedaba se consumía más allá de la mitad. La tormenta los había dejado atrapados en la cabaña. Afuera los pinos silbaban al compás del viento y la llovizna porfiaba en el techo de madera. No tenían siquiera el consuelo de la luna y ninguno sentía el impulso de hablar. Por tercera vez levantaron la vista y descubrieron en sus ojos la misma cobardía repetida. No se trataba de hacerle al héroe en semejante situación. Se miraron sin rencor, sin reproches, hermanados en la firme decisión de no abrir el armario por ningún motivo. Era muy tarde ya cuando uno de ellos logró apartarse de la enfermiza contemplación de la puerta, se puso de pie. Los otros dos contuvieron el aliento, aterrados por un segundo antes que dijera:
“Será mejor preparar café”.
Tomaron el brebaje frío y sin azúcar, a grandes sorbos. La azucarera había quedado en el armario y la vela comenzaba a parpadear.

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miércoles, mayo 04, 2005

Arte incendiario a la baja

Sobre qué hace el Partenón y, enfrente, la Venus de Milo a punto de ser atropellada por una locomotora que avanza a gran velocidad —según se infiere de la horizontalidad del humo o vapor que suelta la chimenea—, no se me ocurre qué pensar; quizás el fundador de la empresa admiraba a los pintores surrealistas. Eso sí: no se puede negar el impactante efecto pictórico en una caja de cerillas. Por el reverso, en cambio, ya no ponen paisajes del Doctor Atl o a la Mona Lisa, auténticas series dedicadas a pintores o temas que han perdido vigencia para los cerilleros. Vale más anunciar marcas de otros fabricantes o promover el amor filial que ir a la quiebra por amor al arte; además, ya casi nadie coleccionaba las cajitas amarillas y los cerillos sirven igual con o sin Van Gogh en un pedazo de cartón.
**El texto está basado en los Clásicos de Lujo de la compañía cerillera La Central. Pueden checar fotos de las cajitas amarillas en el siguiente link.

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martes, mayo 03, 2005

Aprendices

El telón se levantó, el reflector anunció el comienzo: lo vi agitar piernas y manos, mover cabeza y boca como si no fueran suyas. Daba saltitos, flotaba, no importándole que los brazos colgaran como hilachos, ajenos a la testa que giraba sin control. Y cuando una mano revivía para dibujar un círculo en el vacío, su cuerpo entero parecía un trapo.
—Eso es todo —interrumpí—. Aún te falta práctica para darle vida a tu acto.
—Pero es que yo, sí... —Me miró con desconsuelo, se dio palmadas en las mejillas. Al final chasqueó la boca y le entregó la marioneta al que seguía en la fila.

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En el reino de las sombras

Hace un rato terminé de clavar las tablas. El sol había estado alargando mi sombra durante varias horas, los martillazos hacían crecer la estructura del galpón. Concluía con el techo cuando Javier apareció.
—¡Otra vez papá! —gritó y se quedó esperando. Ésta vez no habría remedio. Apreté los dientes y el martillo; bajé por la escalera, y, mientras lo hacía, me percaté de que la montaña había ocultado mi sombra con la suya, el sol coloreaba cielo y nubes a lo Van Gogh—. ¡Date prisa! —chilló. No quise apresurarme, el remedio estaba en mis manos, desde tiempo atrás, cuando mamá se fue. Había dejado una nota: "Ya no lo soporto. Escribiré cuando tenga paz”. Habían pasado un par de meses; aún estaría buscando la tranquilidad.
—Ya voy —respondí después de escupir los clavos que sobraban.
Javier tiró de la manga de mi camisa para hacer que me volviera. Papá nos observaba.
—Muchachos —vociferó—: ¿Llevaron el maíz al pueblo? Porque si no, a ver qué jodidos vamos a tragar mañana.
Javier apretaba mi brazo; tenía miedo.
—Sí, papá. Usted no se preocupe. Lo tengo previsto —dije al acercarme. No batallé para meterlo al galpón; arrastró los pies, pero no hubo forcejeo. Javier no lo podía creer y no habló hasta que papá estuvo dentro:
—Pero, si no tiene cerradura, Justino. ¡¿No ves que no tiene cerradura?! —gimoteó.
Levanté el martillo frente a sus ojos.
—Javier, no te cagues en los calzones, y pásame los clavos.
Dos maderos crucificaron la puerta. No hubo gritos. La oscuridad había cubierto el maizal cuando entramos a casa. Sentí el calor del martillo quemando mi mano. Había triunfado la sombra de papá.

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Charange

Harto repugnante y —hay que decirlo—, un fastidio, les parece a los músicos armadillos tener que rasurar a diario sus charanges. Durante los primeros cinco años después de fabricado el instrumento, con obstinación cronométrica, le brotan a la armadura dos pequeños retoños de plumas que, si no se podan antes del tercer día, producen un ángel completo que echa a volar por cualquier ventana o puerta abierta. Cumplidos los cinco años del charange, los músicos pueden descansar de la poda diaria y dedicarse a deleitar al público con las notas celestiales que para entonces ha alcanzado el instrumento.
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Nota: El dato se publicó en un diario francés; en Hispanoamérica el instrumento es conocido como charángel.

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lunes, mayo 02, 2005

Viñeta urbana

En el semáforo se detiene un auto. Lleva los cristales polarizados arriba, salvo por una rendija del lado del conductor; a través del parabrisas apenas se nota un par de manos sobre el volante. Una, tamborilea siguiendo el ritmo de una música inaudible; la otra, aprisiona entre los dedos el cigarrillo humeante. El cristal baja, la mano suelta la colilla. El semáforo cambia. El auto ya no está, en cambio, ahora hay otra mano, diferente. Nadie mira los deditos sucios que juegan con el cigarro, ni la nubecilla que se levanta y dispersa en medio del camellón.

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Si mil Ares similares

El vagabundo llegó al festejo, era la reunión de ex alumnos de la licenciatura en letras. “¿Y quién es éste?”, murmuraban, se miraban, los invitados vestidos de traje y corbata. Nadie lo detuvo cuando se dirigió al podio donde estaba presente el director de la Facultad y algunos miembros de la Academia Nacional. Tras el asombro, callaron. La figura barbada, bárbara, del alumno expulsado, activó el altavoz y en baja voz comenzó:
—Ustedes, que se burlaron de mis cielos tan azules, de mis rosas tan rojas, reciban serenos mi tormenta de vocablos.
Entonces, como primera estrofa, una cadencia fría azotó las mesas con amargos vientos. Una vez agotada la hiel, irrumpieron a galope las onomatopeyas, causando una estridencia de trompetas vesperales y un tremor de estrellas binarias. Y continuó:
—Ahora, madre Pandora, abre la caja calamitosa y arráncale a los impíos las palabras y las ropas, párteles el corazón; retumba tus rayos, Zeus, exprímeles lágrimas miles, como si mil Ares similares furias desataren, desmembraran cuerpos, saltaran ojos de las cuencas y de los dedos uñas. Arrójalos, madre Pandora, a la justicia ecológica de las moscas.
Terminó el discurso y en silencio salió a la calle, tuvo que correr: eran los primeros cantos de las sirenas.